Uno a uno se fueron muriendo.
Sus nombres se oyen de vez en cuando.
De a poco van dejando de sorprender.
Las Luisas y los Juanes, los Felicianos y Humbertos, van llenando las cuadras de recuerdos.
Ya vendrán nuevos viejos, que decoren las veredas de tierra, junto al mate que espera por las tardes.
Seguramente serán distintos. Como el barrio.
Los ruidos de la ciudad comienzan a herirlo.
Está creciendo. Ya pocas calles quedan de piedra y barro.
Ya pocas esquinas cuentan con el vigilante de 200 wats.
Pero el olor… es el mismo.
Ese olor que recuerda a los ochenta.
Olor a tarros con malvones. A lluvia, con sopaipillas y té en hebras.
A cabellos mojados, un sábado por la noche.
A calesita llegando.
A campeonato de bochas.
Olor a escuela. A bodega.
Olor a vida… con una pizca de muerte.
Olor a carta.
Olor a libro.
Olor a barrio…
Que no le sobran viejos.
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