La noche de Santiago es un tanto extraña. Las paredes pintadas van desapareciendo a medida que la memoria se desgasta.
Los pasos agitados del día, con sus inagotables oradores solitarios por el metro, van dejando libres las calles.
Baja sobre la ciudad una gran nube de costumbrismo y rutina.
Algunos se atreven a salir a caminarlas, con las manos en los bolsillos de sus sobretodos grises o marrones.
Por la ventana abierta de un primer piso de la calle Bellavista, una pareja deja oír sus latidos. Latidos que se convierten en la voz rebelde, de una ciudad, que alguna vez lo fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario